Todo parece indicar que la vida de la mujer vale menos que la
del hombre ya que se han normalizado o más bien cualquierizado los
feminicidios. La violencia contra las mujeres parece debe ser asumida como normal,
algo a lo que debemos estar expuestas desde que nacemos y acostumbrarnos a
recibir las sobras del mundo que se comen los hombres.
Debemos aceptar que, como denunciara la Ministra de la Mujer,
cada 48 horas asesinen una fémina y esta cifra no nos inmute. Esto quiere decir
que cada dos días un macho dominante creyéndose poseedor de esa hembra, sea su
pareja o lo haya dejado, le da muerte.
Es para él un objeto del que puede disponer por lo que le
quita la vida a un ser humano que no le pertenece. Cada persona es un ente
individual que merece respeto y libertad para tomar sus decisiones.
En Sánchez Ramírez encontraron una víctima descuartizada y
nada pasa. Una señora salió a los medios con la cara llena de hematomas e hinchazón
por defender a su hija de los golpes del esposo que amenazaba con matarla y si
con la muerte no nos conmovemos con los golpes menos.
¿Cómo podemos exigir oportunidades, alcanzar espacios de
poder y ser tomadas en cuenta cuando no podemos garantizarnos la vida? Esta que
es la condición principal que debe
existir para que sean viables las transformaciones de nuestras realidades.
Esas vidas no las defiende la iglesia que con tanta efervescencia
se pronuncia y extorsiona a los legisladores con el tema de las tres causales
del aborto.
Esas vidas de nuestras
mujeres no tienen importancia porque nos hemos creído que merecemos menos, que
ellos (los hombres) tienen derecho a más y que hemos venido al mundo para aguantar. Es
el momento de pararnos y defendernos de nuestras propias concepciones erradas,
de ser valientes y económicamente autosuficientes ya que este tipo de
independencia es la que impide que se perpetúe la dominación.